El mes pasado cuando estaba viajando por Norteamérica pasaba una cosa que me estremeció el corazón y hasta me hizo soltar unas gotas de agua salada por mis ojos.

Podría ser la muerte de un familiar cercano pero fue casi como si se me hubiera muerto un pariente, cerraba el Multicines Avenida.

La verdad que en estos tiempos en el que el mundo se parece que se va por el retrete a bajo el «estúpido» hecho de que cierren tres salas de cine no es muy relevante pero sentía que con el cierre de este cine se moría una parte de mí.

Desde pequeño uno de mis familiares en particular se encargo de forma casi exacerbada de inculcarme el amor al séptimo arte que años después me haría convertirme en el «frikazo» que soy hoy.

Por avatares de la vida acabamos volviendo a vivir a La Palma y pasaron muchas cosas que no son relevantes para hablar de esta historia pero de repente el multicines estaba allí.

Llevo yendo solo al cine (a ese cine) desde que tenía ocho años y gozaba de una relación muy particular con Fernando, el gerente, que es casi una reminiscencia a la de Alfredo y Toto en Cinema Paradiso quitando que mi padre no murió en la segunda guerra mundial y que el pobre Fernando no se ha quedado ciego por culpa de una película de acetato que se prendió fuego.

Pasé de la tierna niñez a la adolescencia viendo películas como ‘desmontando a Harry‘, ‘la vida es bella‘ o ‘el show de Truman‘ cuando tenía diez años junto a muchos «taquillazos» que tardaban semanas en llegar cuando el Oscar o el Greco en Tenerife (desaparecidos también) dejaban de usar la copia.

Me acuerdo que siempre iba los viernes a la sesión de las seis que me costaba el irrisorio precio de 225 pesetas (1,35€ para la gente joven) y con las quinientas pesetas me daba para coger las dos guaguas (autobuses), la entrada del Avenida y una botella de agua.

La niñez se iba acabando y pasaba a pagar precio de adulto y despertaba de mi tierna inocencia para descubrir que lo que casi era «mi religión» para el resto de gente de mi edad en plena efervescencia era una excusa para estar «al oscuro» aprovechando ese pequeño lapso de tiempo sin la vigilancia de las miradas de la capital de mi isla.

Desconozco las veces que en mi vida llamé al 922 41 12 17 ,el número del cine, pero tengo la sensación de que si algún día tengo un accidente y me quedo amnésico ese será al número al que intenté llamar.

No olvidaré tampoco fugarme con un amigo (del cual no diré su nombre) de clases particulares de matemáticas para ir a ver durante X días ‘el retorno del rey‘ y llegar a memorizar los diálogos de tal glorioso filme (os advertí que soy un poco friki).

Pero en ese lapso de tiempo no lo abandonaba del todo, por suerte Fernando en la medida de lo posible traía cine digno de una sala Renoir o Verdi que siempre era agradable de ver más allá del cine palomitero del Milenium.

Pero el hecho del poco interés de los dueños de mejorar las salas como hizo el Monopol en Gran Canaria, el precio de las distribuidoras y demás factores del siglo XXI han hecho que estas salas apagarán sus luces por última vez hace un mes.

Yo no me lo quería creer y en mi mente para mi el cine seguía con Fernando en la ventana de la taquilla y su neón verde y azul a la entrada pero a los días de volver de America pasé por delante del cine y vi los proyectores en el lobby y me quedé apoyado en el cristal mirando atónito a esas piezas de metal que ni sienten ni padecen como si fuera la caja de pino de un amigo que se va y allí volvieron a caer unas cuantas gotas de agua salada.

Sé que en ningún otro cine del mundo me voy a sentir igual por mucho 3D, mucho IMAX y mucho niño muerto 🙁