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Amanecía en Casablanca y tras una ducha y un buen desayuno salí de casa de mi host para visitar la mezquita de Hassam II.

En el camino a la mezquita me encontré con unos cuantos coches de autoescuela haciendo prácticas y eran un espectáculo digno de ver; teniendo en cuenta lo mal que conducen en Marruecos verlos haciendo prácticas era un espectáculo.

La mejor forma que hay de definir la mezquita de Hassam II es con la expresión “el pedo más grande que el culo”.

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El Rey de Marruecos decidió construir una mezquita gigante para su Dios y la construyó en la orilla del mar, para ello les pidió dinero a todos los habitantes del país.

Total que un par de décadas la mezquita con uno de los minaretes más altos del mundo está en peligro de derrumbe porque los cimientos que le hicieron y el agua salada no se llevan nada bien.

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Como iba con prisa decidí no hacer el tour como las decenas de japoneses que estaban a mi alrededor y tomé camino a la estación de trenes.

Le pregunté a un taxista cuando me cobraba hasta la estación de trenes y me dijo “amigo, por ser para ti cinco euros” ¿tanta cara de guiri al que pueden chorizear tengo?

Seguí caminando en sentido a la estación hasta que me cansé y pare un petit taxi que no me pegó la sablada pero que me dio un paseo por todo el centro de Casablanca.

Total que con el paseo de otro fan del Chago Melían marroquí llegué tarde a pillar el tren, en realidad llegaba casi a tiempo pero no quería arriesgar en la facturación así que cogí un taxi.

El taxi ya no era petit, ahora era un Mercedes Benz de la posguerra y con un conductor que era más peligroso que mi primo de tres años conduciendo en un juego  en una videoconsola.

El hombre se quería justificar los 250 dirhams que me estaba cobrando por el trayecto, también hay que decir que el aeropuerto está a más de cuarenta kilómetros de la ciudad.

En ese momento deseaba tener un rosario, una estampita o un crucifijo para que Dios me salvará de ese conductor chalado que era a la conducción lo que Oscar Domínguez a la pintura, algo surrealista.

El señor inventaba carriles de la nada, se pegaba a los coches, iba folladisimo por la autopista mientras la caja de cambios hacía unos ruidos nada saludables.

Treinta minutos después y con el corazón a punto de salirme por la boca llegamos a la terminal dos del aeropuerto de Casablanca.

Saco las cosas importantes para el viaje y las pongo en la mochila pequeña, plastifico la Forclaz 40 para que no me metan cosas raras en la maleta (o me las saquen).

Llego al mostrador de facturación de Emirates y la señora me dice que yo no puedo volar a Nueva Zelanda porque no tengo visado.

“Pero que coño me estás diciendo flaca” fue lo primero que se me pasó por la cabeza pero tras ese lapso le expliqué que soy español y que no necesito visado, pero ella empeñada en que me hacía falta.

Me manda a ver al manager, le enseño los billetes a Australia y Bali y me da el OK.

Vuelvo a facturación y me da la tarjeta hasta Dubai y me dice que la de Auckland la puedo conseguir en la terminal en Dubai.

Voy a pasar el control de pasaportes y la mujer se me pone a revisar mi moleskine, no sé que esperaba encontrar si alguna caricatura a Mahoma o penes dibujados de todas las formas posibles, afortunadamente no había ni una cosa ni otra.

Paso a la zona de embarque y el aeropuerto cumple con todos los estándares europeos es decir: la comida cara y mala, los sitios de espera incómodos y un montón de gente apretada.

Después de una hora de retraso el vuelo a Dubai despegaba con viento de cola.

La segunda parte de mis desventuras con Emirates en el próximo post.